
La cámara lúcida de Juana Núñez
«Yo no soy fotógrafa», nos advierte Juana Núñez. Sin embargo, parece haber tomado sus imágenes siguiendo aquella máxima de Cartier-Bresson: reteniendo el aliento, alineando la mente, la mirada y el corazón en el barrio Santa Rosa de Lima.
Juana trabajaba en casas de familia, pero siempre le apasionó tomar fotos. Arrancó con aquellas cámaras hogareñas, esas que servían para registrar algún cumpleaños, el crecimiento de sus hijas, sus recuerdos familiares.
No es la primera vez que nos vemos. Unas semanas atrás pasamos a buscar un álbum de fotos para digitalizar y dejamos a medias una conversación. Ese día no estaba pensado charlar sobre el contenido de las imágenes, pero las palabras y los recuerdos brotan solos. Algunas memorias son dolorosas y por eso hubo que esperar algunos días más para tener un segundo encuentro, para volver y darles contexto a las escenas retratadas.
Para sorpresa, nos recibe con otro álbum de fotos que encontró en el ropero, son alrededor de veinte y además diez tiras de negativos. Todas fechadas en 2003, todas con las marcas de agua del Salado.

A la familia Núñez la inundación les tomó por sorpresa, como a todas las personas del oeste santafesino. “Me fui a llevarle comida a mi papá, a mi hermano y a mi sobrino” nos cuenta Juana. “Habían subido las cosas así nomás, porque [el intendente Marcelo] Álvarez había dicho que no se iba a inundar Santa Rosa de Lima. Llegué hasta Aguado y Primera Junta, le di las milanesas y ya me tuve que volver tanteando con un palo de escoba porque no se veía la zanja. Por Aguado venía una señora en una canoa remando con las manos”.
Así empieza su relato de la inundación el 29 de abril de 2003. Aquel primer encuentro con el Salado no está impreso más que en sus retinas. Pero lo que siguió, y lo que nos reúne, fue un registro en primera persona de aquellos días de abril y mayo en el barrio. Para Juana la motivación estuvo desde un principio: “Yo soy Historia, me encanta”, nos cuenta. “Todo guardo. Y siempre digo: el día de ayer, hoy ya es historia”. Pero a esa forma de ver las cosas le sumó la lucidez de futuro, esas fotos serían “una prueba testigo de que nos inundaron”.
En sus fotos se ven las calles del barrio cubiertas por el agua, personas saludando desde los techos, recorridos en la canoa. Hay otras en los alrededores del hospital de niños, en Mendoza y Lamadrid, cuando ya bajaba el agua. En otro álbum se ven las encomiendas con donaciones que llegaban a su casa, enviadas por su hermano desde Rosario y por allegados en Buenos Aires. En otra están las filas al costado del predio del Liceo Militar, donde las personas iban a inscribirse para recibir ayudas.
¿Qué hay de distinto entre estas imágenes que están desparramadas sobre la mesa y fotos similares que vimos publicadas en la prensa de la época? ¿Por qué en las fotos de Juana podemos encontrar gente sonriendo a la cámara en medio de una tragedia?

“Ese es mi hermano”, nos aclara. “Ahí estaba repartiendo ravioles, el guiso o el chocolate que hacían las madres del colegio Sagrado Corazón en la olla popular de San José y Mendoza”. Quizás esa es una respuesta posible, son fotos que hoy son testimonio de un hecho histórico, pero a la vez son retratos de un momento familiar.
Cuando por disposiciones de Prefectura Juana no pudo ingresar más al barrio, la cámara siguió circulando. “Me la pidió mi hermano Carlos, porque ya estaba en los techos y ahí empezaron a sacar también”, nos dice. Ahí se continuó un registro de la vida cotidiana en los techos, con campamentos improvisados sobre la losa. Hay una foto puntual tomada por Carlos, de Primera Junta y el 3er pasaje que Juana recreó meses después con la esquina ya seca, para tener dimensión de hasta dónde había llegado el agua.
En su relato oral y fotográfico las otras víctimas del agua son los animales. Tanto los pájaros de su papá, la perra de uno de sus hermanos, un loro que le dejaron en custodia y que se convirtió en su mascota.
Las imágenes de la familia Núñez son inéditas. Permanecieron dos décadas entre los archivos familiares, con algunas excepciones. Ciertas fotos fueron parte de alguna muestra escolar de sus hijas, cuando a los 9 o 10 años las llevaron a la escuela para hacer un trabajo sobre la inundación.

Las fotos del regreso a las casas fueron parte de la documentación presentada para los subsidios. Pero ella aclara, “no hay subsidio que te pague el dolor que pasamos”.
Nos cuenta que su papá Clarito Núñez «era un artesano de la tapicería y también carpintero». Y enumera, «tenía gobelinos, gual, raso… sus herramientas. Una máquina industrial, que no la podíamos mover cuando limpiábamos el tallercito. Y cuando bajó el agua era como que al motor lo había retorcido un monstruo, todo era un desastre por la fuerza con la que entró».
El momento de limpieza lo hizo a la par de su cuñada, “mi mamá estaba en Rosario, los hombres empezaron a trabajar”, cuenta. “Era ir todas las mañanas, sacar cosas y llorar. Porque era tirar todo lo que era vida”.
El lenguaje fotográfico no tiene sonido ni olor, sin embargo hay algunas imágenes que parecen tenerlo impreso, al menos en la memoria del oeste santafesino. El ruido de las hélices del helicóptero que sobrevuela los techos está ahí, y también el olor a barro podrido impregnado en las paredes y en las calles.

Las fotos familiares perdidas con el agua también son parte de la charla. Juana recuerda que el ex gobernador Carlos Reutemann decía que eran algo material. “Mirá lo material…”, nos dice señalando sus imágenes. “Mirá el testimonio que quedó. Todos sabemos que no fue porque el Salado quiso”.