¿Pueden tener olor las imágenes?
El haz de luz blanca va y viene, acompañado por un sonido mecánico. En la cama del escáner se está digitalizando un álbum de fotos de 10×15 cm que acaba de llegar desde San José del Rincón. Los folios están un poco pegados y hay que ser cuidadosos al retirar cada una de las 25 imágenes.
En la carpeta de grabaciones del celular hay un audio extenso del guardavidas y autor de las imágenes, Juanjo Berón. Funcionarán como apuntes de voz, con descripciones de lo captado en cada fotografía y la historia detrás de cada obturación.
Cuando Juanjo empezó a trabajar como guardavidas, San José del Rincón aún era un barrio de la ciudad de Santa Fe. En todos esos años, recorrió cada una de las playas de la ciudad.
Aunque ya está jubilado de la actividad, sigue siendo parte del Sindicato Único de Guardavidas y Afines de la República Argentina (SUGARA).
En el 2003 la delegación Santa Fe era muy incipiente, pero ya contaba con una organización interna y una sede. Ante el avance del río Salado el 29 de abril, se autoconvocaron y activaron un protocolo interno. Ningún organismo oficial los había llamado. Ya había un desborde total de Defensa Civil y del COBEM.
El protocolo propuesto por Guardavidas era bastante estricto. Cuando alguien faltaba, desde la sede tomaban el teléfono y lo llamaban para ver qué había pasado.
– Los primeros días fueron de ir por inercia. Mínimamente teníamos una organización – explica –. Arrancamos alrededor de 25 personas y en el transcurso se fueron bajando compañeros, porque nos avisaban que también se habían inundado o que tenían que asistir a sus familias.
Desde un principio armaron dos equipos, uno de logística y comunicaciones, el otro en terreno. El primero, trabajaba en la sede e iba recibiendo donaciones de los propios afiliados. Luego coordinaban con el Ejército, que era el encargado de distribuirlas. El segundo equipo fue el que trabajó en la zona de desastre. Primero, en barrio Villa Hipódromo, donde ingresó el agua por la defensa inconclusa.
– Empezó a salir la gente, como hormigas, como podía, desesperada. Fue un caos –, recuerda Juanjo.
Inmediatamente se trasladaron al sur oeste de la ciudad, cerca del Club Atlético Colón. Junto a Defensa Civil instalaron una especie de «puerto» fijo, sobre Zavalla y Entre Ríos, frente a la escuela N° 511 «Juana Azurduy». Allí estuvieron durante treinta días asistiendo, recibiendo y distribuyendo víveres con sus embarcaciones.
Guardavidas hacía un trabajo de ingreso diario, entre las 8 de la mañana y hasta que iniciaba el toque de queda, a las seis de la tarde. Sin descanso. La logística se dividió en cuadrículas, cada equipo tenía a su cargo entre cinco y seis manzanas. Eso implicaba que no había cruces, y permitía una coordinación de entrega de víveres más organizada, para saber qué se había entregado a cada familia y qué faltaba.
La gente los reconocía. Con el pasar de los días se fue construyendo un vínculo, “una especie de hermandad”, aclara Juanjo.
Durante los treinta días que permanecieron en el barrio, incluso colocaron inyectables, como parte del operativo de salud. Debían completar un esquema de vacunación masiva en 48 hs, para evitar un brote de leptospirosis.
– Nos preguntaron si estábamos en condiciones de vacunar y dijimos que sí – y aclara –. Era parte de nuestra instrucción como guardavidas.
El barrio Chalet se había convertido en una red de techos, a través de los cuales las familias se comunicaban entre sí. Cuidaban sus casas y las pocas pertenencias que habían logrado subir, dormían ahí y hacían fuego para cocinar.
El Ejército repartía la comida y Guardavidas llevaba agua potable, medicamentos, cajas con productos relacionados con la higiene, desde papel higiénico o maquinitas de afeitar.
– Primero entramos en una embarcación grande y los vecinos nos puteaban porque hacía olas. Entonces me acordé que mi viejo tenía un casquito chiquito de cuatro metros y medio, con un motorcito. Tenía poco calado, entonces entraba en todos lados, hasta con un metro de agua. – recuerda.
Con esa embarcación logró meterse en pasajes angostos, por los pasillos del barrio, en los patios. De esa manera llegaba hasta las últimas viviendas, las que estaban más atrás.
En un momento cargó en el bolsillo una cámara compacta, portable, y así registró lo que sucedía en el día a día. La tuvo con él desde que empezó hasta que terminó su intervención.
Los rollos no se fueron revelando en el momento, no había detrás del registro ninguna urgencia noticiosa. Por esa razón se fueron acumulando.
– Cuando terminó todo me acordé que tenía como 10 rollos. Algunos se mojaron y no los pude salvar, y de otros pude recuperar fotos – cuenta.
En las fotos, resalta un color amarillo que parece una textura propia del formato analógico. Es como si se impregnara sobre las remeras y en la pintura identificatoria del casco de la canoa. Contrastado en letras negras de molde se plasma la palabra: GUARDAVIDAS.
El concepto de selfie no existía. Por eso Juanjo no está corporalmente presente en el encuadre. En sí, no parecen fotografías que hayan buscado la complicidad de las personas fotografiadas. Apenas en tres o cuatro hay miradas a cámara y sonrisas de ocasión. En general, son capturas de momentos de trabajo, veinticinco momentos en veinte días.
No hay un indicador cronológico claro. Solo hay una serie de tres fotos que parecen tomadas en el mismo día. Un registro que documenta la entrega de donaciones. Son en la vieja sede de calle Córdoba 1756. La escena fue captada desde el interior de la sede sindical, luego con un plano cenital desde una planta alta, y por último desde la vereda de enfrente. Todo el pasamanos de colchones entre guardavidas y militares, hasta los camiones con el camuflado característico en la lona.
Otra captura permite conocer cómo era el «puerto», que fuera zona de amarre, en la zona de Zavalla. Los botes cargados a tope con cajas con el escudo oficial. También hay escenas del barrio Chalet bajo agua, con personas y animales sobre los techos. Otras muestran desde adentro de los operativos coordinados con personal de salud, las rondas de piraguas navegando entre las calles.
Hay una fotografía en particular, que congela el vuelo de un helicóptero sobre la zona de acceso a la circunvalación norte, abajo se aprecia otro «puerto» improvisado. Entre la fila de camionetas y combis, se puede ver un camión del ejército rodeado de personas – ¿será el mismo de la serie anterior? –.
En el carrete parecen colarse imágenes del después, de cuando comenzó a bajar el agua. Zonas de barrio Chalet con animales muertos. En barrio Santa Rosa de Lima, más al oeste, se localiza una casa con su vereda repleta de colchones, elásticos de cama, sillones y demás cosas rescatadas del agua y el barro podrido. Un ritual repetido en todo el cordón oeste y sur de la ciudad, con la esperanza de que el sol de junio oree lo poco que sobrevivió.
El registro guarda otra faceta, vinculada con los aprendizajes de abordajes en contextos de emergencia.
– Nosotros entramos con el impulso de ir a ayudar y después, bueno, tuvimos nuestras consecuencias –, cuenta Juanjo –. Hay un compañero que agarró erisipela y hasta el día de hoy la padece. En el caso mío, fue tanta la compenetración… Yo salía 5:30 de mi casa y volvía a las 10 de la noche todos los días durante 20 días. El día 21 no me pude levantar, no tenía fuerzas, estaba mentalmente desgastado.
Entre los recuerdos imborrables está la memoria olfativa, con un olor muy difícil de describir, que cualquier persona inundada recuerda.
– Lo que me terminó de tumbar a mí fue el olor, que era una mezcla de animales muertos, con pozos que se desbordaron y material que se descomponía. A mí me quedó acá – dice y se señala entre las cejas –, en el cerebro.
En las capacitaciones posteriores en emergencias y siniestros, entendieron que la contención es fundamental. Y que no se puede trabajar todos los días, sino que se deben conformar equipos rotativos, que permitan descansos entre medio.
– Los equipos de rescate y de trabajo hay que preservarlos, hay que cuidarlos, porque son los que entran y actúan. A mí me quedaron durante mucho tiempo imágenes de cosas muy feas, muy tristes, que después las fui superando.
En relación con su archivo, Juanjo cree que puede ser importante para trabajarlo en las escuelas, con las generaciones que vienen. Incluso traza un paralelismo con el ocultamiento de otros dolores colectivos, como sucedió luego de la guerra de Malvinas.
– Más allá de que hay sectores que lo han querido ocultar, estos somos nosotros y estos fuimos nosotros. Es un antecedente que tiene que ser muy valorado desde el dolor.